As a result of the generous contributions of Visiting Assistant Professor of Spanish Víctor García Ramirez and his students, The Bucknellian will be publishing a series of short stories written in Spanish in the next several editions. This is a story based on the characters of the Argentine film The Bride’s Son (2001) by Juan José Camponella.
Poco a poco empezó a olvidar. Al principio eran solo las pequeñas cosas, olvidaba dónde dejaba las llaves o a qué hora se suponía debía llegar a su club de lectura. Luego empezó a empeorar y, ahora, solo recuerda quién soy una de cada tres veces que la visito.
Cuando mi hijo, Rafael, aún estaba en la escuela primaria, mi esposa Norma lo esperaba en la puerta de nuestro restaurante mientras él bajaba del autobús. Ella siempre lo saludaba con una sonrisa y lo llevaba a la cocina para que me ayudara a cocinar. Por lo general, Rafael hacía más un lío que otra cosa, pero Norma siempre fue muy sensata y nunca le gritó, como hubiese querido. Siempre sabía lo que debía decir y hacer para que todos la escucharan. Ese es el tipo de efecto calmante que tenía en la gente. Nadie salía de nuestro pequeño local sin una sonrisa porque ella siempre contaba algún chistecito, o daba un cumplido inesperado, convirtiendo incluso a las personas más tímidas en amigos inmediatos y clientes habituales.
Mi recuerdo favorito de Norma fue una vez que ella quería vacacionar un fin de semana, pero no teníamos dinero para ir a ningún lado. Nunca actuó como si el dinero fuera algo importante y siempre encontraba una manera de divertirse sin él. Esa es una de las muchas cualidades que he adorado en ella. En lugar de renunciar a nuestra escapada de fin de semana, salió temprano del trabajo una tarde y, cuando llegué a casa unas horas después, ella y Rafael habían instalado una carpa improvisada en la sala y todos fingimos estar acampando. Asamos malvaviscos en el fuego de la sala de estar y Rafael, por supuesto, hizo un desastre por todas partes. Nuestras caras estaban cubiertas de una sustancia pegajosa blanca y el chocolate derretido goteaba de las comisuras de nuestros labios, pero ninguno de nosotros pudo dejar de sonreír en toda la noche. Hemos hablado de ese “viaje” desde entonces, y no creo que haber ido a ningún otro sitio hubiera sido mejor. Norma ya no recuerda todos los momentos divertidos que tuvimos, pero me encanta ir a visitarla y contárselos, pues, aunque parezca que no está escuchando, yo sé que de vez en cuando tendré suerte, ella sonreirá y me hará preguntas sobre lo que sucedió después. Por mucho que me gustaría que pudiera recordar conmigo, volver a contarle estas historias las mantiene vivas en mi memoria, y ver su sonrisa hace que valga la pena visitarla. Son estos momentos los que más atesoro.